Cómo potenciar los mejores estados mentales a través de la alimentación
Crecejoven, julio 2012
Cómo definiría usted la salud?
La salud viene dada por nuestra capacidad para adaptarnos al medio. De hecho, de ello ha dependido siempre nuestra supervivencia, de la capacidad para adaptarnos al medio ambiente físico, climático, familiar, laboral, social, filosófico… Y también de nuestra capacidad para no adaptarnos, esa no-adaptación selectiva que hace que podamos transformar las cosas.
Y en el marco de esa definición, ¿qué tiene que ver la nutrición con la salud?
Que una excelente y primaria forma de adaptación consiste en comernos el entorno en el que vivimos, esa simbiosis que contiene la energía en movimiento. Porque no olvidemos que todo está en continuo movimiento y que todo es el resultado de la transformación de la energía. Nuestro cuerpo mismo está en continua regeneración.
¿Somos lo que comemos?
Somos lo que comemos, sí, pero no todo lo que comemos nos nutre, o nos nutre por igual. Lo que crece a nuestro alrededor, o bien en zonas de características similares, resulta mucho más asimilable por nuestro organismo y crea menos residuos. Por eso resulta mucho más aconsejable comer alimentos procedentes del medio en el que vivimos o similares.
Usted hace una clasificación de los alimentos como yin y yang.
Todo en el universo está sujeto a una bipolaridad. La vida y el movimiento existen porque se da esta polaridad, y lo mismo ocurre en los alimentos. Hay alimentos que inducen más a la contracción y otros a la expansión; al frío o al calor; a lo ácido o a lo alcalino; yin o yang. En general los alimentos yang son más contractivos y producen más calor y tono en el cuerpo (es el caso de las carnes y pescados, cereales o legumbres), mientras los alimentos yin son más expansivos y fríos e inducen a estados de relajación (como las frutas, algunas hortalizas y lácteos).
Los alimentos yang potencian la digestión, según usted, y los yin la debilitan. ¿Cómo ocurre esto, teniendo en cuenta que los alimentos yin son de fácil absorción y por ello se asimilan en cualquier parte del sistema digestivo?
Buena pregunta. Alimentos como la fruta se pueden absorber ya en la boca o en el estómago, pero precisamente por eso no pasan por el proceso completo (alcalinización en la boca/acidificación en el estómago/alcalinización de nuevo en el intestino delgado, etc.), no pasan por lo que podríamos llamar la “humanización” del alimento. Por eso considero que potencian la digestión aquellos alimentos capaces de atravesar el proceso completo, pero de una manera fluida y poco traumática o conflictiva con el medio.
Más cereales integrales con legumbres y menos Prozac.
Usted comenta en su libro que una digestión óptima es el mejor tónico de las funciones cerebrales.
Si nos alimentamos de manera adecuada y sin exceso de toxinas provenientes del medio ambiente, nuestro sistema digestivo podrá realizar sus función de nutrición de las diferentes células, tejidos y órganos de nuestro cuerpo, que a la vez podrán realizar eficazmente sus funciones. Un sistema digestivo fuerte y sano hará posible todo eso, pero ello dependerá a su vez de que el alimento que le ofrezcamos sea compatible con el buen funcionamiento de nuestro sistema digestivo, así que es un círculo vicioso. Un buen proceso de digestión y asimilación, por tanto, nos permitirá que funcionemos mejor en general, que pensemos mejor, que reaccionemos mejor ante los diferentes estímulos de nuestro entorno, que percibamos mejor lo que nos rodea y lo que nos pasa, y que sintamos mejor; en suma, que nuestros estados mentales y emocionales sean más positivos y creativos.
¿Cómo podemos abordar desde nuestra alimentación los desequilibrios en nuestros órganos y las emociones negativas?
Si tenemos en cuenta, por ejemplo, que debido a las fermentaciones putrefactas en nuestros intestinos no se absorben los nutrientes de la misma manera que si el entorno estuviera limpio y sano, es fácil deducir que hemos de tomar alimentos que eviten estas fermentaciones y que faciliten la digestión, como puede ser la combinación de un buen arroz integral con lentejas, alubias u otras legumbres. Por otra parte, con una alimentación de este tipo baja la agresividad y potenciamos una mayor sensación de plenitud. No hay que olvidar que la serenidad, por ejemplo, nos viene dada por la identificación con nuestra propia corporalidad. Las buenas emociones, sentimientos y pensamientos no son tan fáciles de experimentar cuando tenemos el hígado contraído, el corazón bloqueado o hacemos la digestión difícilmente y a intervalos. Lo que comemos, los órganos a los que afecta -para bien o para mal- y las emociones que sentimos, todo está relacionado.
Se puede, pues, utilizar la alimentación para tratar ciertos desórdenes, no sólo físicos (en nuestros órganos) sino también mentales o emocionales. ¿Puede ser un poco más explícito en este terreno?
Existen algunas relaciones entre los órganos y ciertas tendencias emocionales, por ejemplo, se sabe que potenciando la autoestima de una persona podemos mejorar el estado de su riñón, y viceversa. Que el mal estado del hígado se manifiesta en enfados e irritabilidad, mientras que un hígado sano favorece la paciencia, la perseverancia y la generosidad. Y así, todos los órganos de nuestro cuerpo mantienen una relación con nuestros estados de humor. Cuando el corazón está sano nos sentimos alegres, serenos, lúcidos y en paz; pero cuando no está energéticamente bien sufrimos ansiedad, angustia, nerviosismo, insomnio y agitación mental. Por otra parte, a lo largo de mi experiencia clínica he podido detectar que el mal estado de las arterias coronarias (fruto del consumo exagerado de productos cárnicos) conlleva una tendencia a ser excesivamente territorial, con formas de autoritarismo, posesividad y celos desmedidos. El estómago y el intestino delgado, por su parte, están relacionados con la determinación, la capacidad de decisión, la empatía y el buen funcionamiento de las funciones intelectuales (o por el contrario, la confusión mental y la falta de ánimo). Una vez que sabemos esto, podemos recurrir a los alimentos más adecuados para cada función fisiológica, a fin de potenciar los estados de ánimo que deseamos. Por ejemplo, los pickles o verduras fermentadas con probióticos favorecen una flora intestinal fuerte y un intestino delgado sano (claridad mental, determinación y reflejos acertados). Si evitamos un exceso de grasas saturadas (de origen animal) contrarrestaremos nuestras tendencias agresivas, y si además tomamos manzanas, apio, puerros, alcachofas, espárragos, rábanos y otros vegetales amargos favoreceremos el buen funcionamiento del hígado, así como la paciencia, el buen humor y la empatía. Evitar el azúcar refinado (dulces y bollería) y comer verduras, cereales y legumbres bien cocinadas resulta una buena forma de activar la circulación de la energía y para tratar la depresión. Mientras que los cereales integrales, las legumbres y las algas marinas tonifican el riñón y paliarán en gran medida el miedo que nos somete a la ansiedad y el estrés.
Los colores de los alimentos también nos pueden servir de referencia.
Efectivamente. Los alimentos de color rojo van bien en general para el corazón y la sangre (serenidad, lucidez); los amarillos como los granos y cereales inciden en el páncreas y el intestino (concentración, orden y sentido práctico); los negros, como el agua, en el riñón, y los blancos, como el apio, el ajo o la cebolla bien cocinados, en el pulmón (fluidez e intuición).
¿Puede proponernos una dieta para el bienestar general?
El bienestar viene dado por la armonía interior, que es el resultado del equilibrio, que a su vez es el resultado de la armonía de las funciones y de los distintos órganos. Y, como sabemos, el equilibrio es cuestión de proporciones. En la alimentación, yo propongo distribuir las comidas a lo largo del día como cada cual quiera, siempre que se respete una proporción del 50% aproximado de cereales (integrales, de origen ecológico y de buena calidad, nunca harinas refinadas), alrededor de un 15% de proteínas (de origen vegetal o animal, pero recordemos que la carne es un gran generador de agresividad por su naturaleza, y también de toxinas, por el proceso de comercialización) y el 35% restante de verduras y frutas, incluidos los frutos secos, semillas, pickles, algas, aceites, etc.
La forma de cocinar los alimentos también es importante, para no destruir sus nutrientes así como para favorecer una buena digestión.
Para muchas personas que no cuentan con un sistema digestivo fuerte, la digestión de legumbres y cereales puede ser un problema, y producir flatulencias o digestiones pesadas, por eso se recomienda cocinarlos a fondo durante largo tiempo. Por el contrario, las verduras deben estar poco hechas para evitar la pérdida de nutrientes, a ser posible salteadas durante unos minutos. Pero siempre es mejor cocinarlas un poco a ingerirlas crudas, especialmente en invierno, ya que constituyen un alimento frío de difícil digestión. Así que es preferible no abusar de las ensaladas, y comerlas de guarnición en un segundo plato y no como plato completo en un entrante.
Las ollas y sartenes en los que cocinamos también son importantes.
Sí, porque pueden desprender toxinas y metales pesados, que pasan a la comida y de ahí a nuestro organismo. Por ejemplo, no cocinar en recipientes de aluminio o teflón (las sartenes supuestamente antiadherentes). Se puede utilizar el acero inoxidable siempre que no se queme; el hierro y la cerámica, así como la arcilla, si no tiene barniz con plomo.
Dieta para el desarrollo espiritual
Para el desarrollo espiritual se precisa una dieta que ayude a potenciar nuestra conciencia, basada en alimentos de energía refinada y de fácil absorción, que favorezcan estados serenos y lúcidos. Alimentos de digestión fácil pero consistente, y que no requieran de una gran inversión de energía para ser digeridos -para que la energía pueda moverse libremente y centrarse en la percepción y la conciencia.
Qué comer
- Granos integrales de buena calidad, muy cocinados (quínoa, amaranto, avena, arroz integral.
- Verdura poco cocinada.
- Legumbres muy hechas.
- Pickles y algas.
- Proteína de origen vegetal, como es el caso de la soja (tofu, tempeh).
Qué evitar.
- Evitar la proteína animal (carnes y derivados, así como el pescado)
- No comer ajo y cebolla crudos.
- No a los alimentos en conserva ni a los embutidos.
- Evitar los azúcares refinados (azúcar blanco, pasteles, chocolate, bollería…)
- Evitar los estimulantes como los refrescos, el café o el té con teína.
- No al tabaco y el alcohol.
Relación de los órganos con las emociones
Corazón e intestino delgado:
- Emociones positivas: Alegría, intuición, lucidez, risa.
- Emociones negativas: Orgullo, arrogancia, hiperactividad, falta de alegría, crueldad.
Estómago y páncreas.
- E. P: Buen humor, optimismo, simpatía, concentración, capacidad organizativa, sentido práctico.
- E. N: Duda, desconfianza, cinismo, suspicacia.
Pulmón e intestino grueso.
- E. P: Entusiasmo, desapego, fluidez.
- E. N: Melancolía, tristeza, territorialidad, adicciones.
Riñón y vejiga.
- E. P: Autoestima, vitalidad, voluntad, capacidad de adaptación.
- E. N: Pereza, indolencia, miedo, timidez, inseguridad, falta de voluntad.
Hígado y vesícula biliar.
- E. P: Paciencia, generosidad, tolerancia, altruismo, valentía.
- E. N: Enfado, irritabilidad, envidia, crítica, inadaptación.
La dieta y los estados de ánimo. Cómo combatir:
El enfado y la irritabilidad.
- Qué comer: Zumo de manzana natural, manzanas, apio, puerros, espárragos, alcachofa, uvas y ensaladas (de segundo plato). Cereales como el trigo, la cebada y el maíz. Legumbres como la soja verde, y proteína vegetal. Vegetales amargos, rabanitos, pickles y agua con limón.
- Qué evitar: Alimentos grasos y muy concentrados, proteína animal (la carne genera agresividad), lácteos y frutos secos.
La depresión.
- Qué comer: Verduras poco hechas, cereales y legumbres bien cocinados. Derivados de las frutas secas como las pasas, los orejones y las ciruelas secas. Ensaladas.
- Qué no comer: Azúcares refinados como la bollería y los dulces. Estimulantes como el chololate, el café o el té con teína.
El miedo.
- Qué comer: Cereales en grano, como el mijo, la avena, trigo sarraceno, quínoa y arroz integral. Legumbres arriñonadas como el azuki y la alubia blanca. Algas de color oscuro como la hiziki, kumbu y arame. Frutas como las fresas, las cerezas y las bayas. Raíces como la zanahoria, el nabo y la cebolla (esta última, cocinada). Semillas de sésamo, girasol y calabaza. Aceite de germen de trigo. Canela, comino, romero…
- Qué no comer: Carnes y derivados (cargados de adrenalina y otras sustancias que se generan durante la matanza del animal).